“Recordar es el mejor modo de olvidar” Sigmund Freud
La palabra trauma viene de un término griego que significa herida. Cuando se utiliza en relación solo al cuerpo, se alude con ella a una lesión en algún tejido de este, producida por el impacto de un agente externo y que, debido a su gravedad, suele necesitar un tratamiento específico para su recuperación. De igual manera, se puede aplicar este término a algún tipo de rotura en el tejido psíquico, que sería necesario tratar para que pueda ser curada.
El trauma psicológico ocurre en relación a un acontecimiento vivido que produce una conmoción singular en el sujeto, algo del orden de un imprevisto, un exceso o un sinsentido y que le produce un daño que perdurará en el tiempo, después del cese del acontecimiento. O sea, en el trauma se puede localizar una causa externa, pero también un daño singular. Quiere decir que esa misma causa en otro sujeto hubiese provocado otro daño o quizás ninguno. Los efectos del trauma pueden manifestarse de diferentes formas: angustia, obsesiones, pesadillas, conductas compulsivas, etc. Con el ingrediente, en la mayoría de los casos, de la repetición.
Un padre presencia el atropellamiento de su hijo pequeño por un coche y viene a consulta después de dos años, habiendo salido el hijo ya adelante sin secuelas apenas. Viene, entre otras cosas, porque no puede quitarse de la cabeza la escena tal y como ocurrió ante sus ojos, la cual visualiza una y otra vez cada día, con gran angustia. Un paciente, que acude a terapia por otros asuntos, menciona una pesadilla que se repite para él desde hace 20 años, en la que aparece el mismo sentimiento de ser excluido que tuvo cuando se acabó la relación con su primera novia. Son ejemplos de cómo puede manifestarse el trauma psíquico.
Cabe preguntarse por qué algo que hizo y sigue haciendo sufrir, no deja de repetirse, de alguna forma. La respuesta está en la siguiente explicación: El daño que ocasiona el acontecimiento traumático consiste en un agujero producido en lo simbólico, es decir, en la capacidad para darle un significado a lo vivido, para armar una explicación o darle un sentido; habiendo dejado, literalmente, sin palabras, a quien lo experimenta. Eso hace que haya un exceso en lo emocional, por decirlo de alguna manera, que no puede ser elaborado con las herramientas conscientes de las que el sujeto dispone (el pensamiento, la voluntad, la razón…), ya que todas ellas dependen de lo simbólico, que se hace insuficiente para ello. Las obsesiones, las pesadillas y otras formas de repetición del acontecimiento traumático, así como otro tipo de síntomas son intentos de elaborar lo que se ha desbordado, o sea, intentos de tratamiento espontaneo del trauma, pero más o menos fracasados siempre, debido a lo cual no dejan de repetirse. A veces, solo a través de un tratamiento específico por la palabra puede ser reparado el daño. No se trata de la necesidad de una liberación catártica por el hecho de hablar, que a veces puede, ciertamente, ser un alivio; sino de la posibilidad de ordenar subjetivamente lo que ocurrió e integrarlo en la propia historia, de tejer o, al menos, “remendar”, esa rotura de lo simbólico, pudiendo armar una significación propia, un relato, un argumento o un invento singular que permita al sujeto salir del atolladero en el que está varado y continuar la vida. El tratamiento psicológico de orientación psicoanalítica ofrece esta posibilidad.