"Si en la historia no todo está predeterminado, hay margen para dar un empujoncito de uno u otro lado"
Jacques-Alain Miller
El ser humano es complejo, ya que está desprovisto del instinto natural que garantiza, de forma sencilla y efectiva, el funcionamiento de la vida en los individuos del resto de especies animales.
La adquisición de la capacidad simbólica y su desarrollo hasta lo que ha llegado a ser el lenguaje, apartó para siempre del mundo natural de los instintos a unos seres que no volverían a experimentar la relación directa con la vida y que ya solo lo harían a través de un entramado de imágenes y significantes.
Si el instinto garantizaba una relación unívoca y sólida con la vida, el mundo simbólico introduce la falta de garantías, ya que con él dejó de haber una ruta segura y preestablecida para la supervivencia.
Empezando por la alimentación: el neonato humano, siempre en condiciones de prematuración y desvalimiento, conserva apenas un mínimo “reflejo de succión” que le posibilita la alimentación, solo a condición de contar con la dedicación y entrega por parte de, al menos, otro ser humano; al contrario que el resto de los mamíferos, que nacen con la capacidad de ir, por sí mismos, a la búsqueda de lo que necesitan para sobrevivir. Así, el instinto perdido, en los primeros años de vida del individuo va a ser sustituido por la pulsión. La diferencia entre ambos es la siguiente: El instinto es un programa puramente biológico destinado a garantizar la satisfacción de una necesidad y la supervivencia. La pulsión es un híbrido entre un real biológico y el lenguaje, es un impulso interno dirigido a buscar la forma de satisfacerse (más que de satisfacer una necesidad), pasando por la relación con otro individuo a través del lenguaje y, por tanto, de la interpretación y el malentendido.
Todo comienza con la oralidad, pero la pulsión va colonizando otras zonas del cuerpo fundamentales para la vida, como son la zona anal y más adelante, la fálica y la genital. Sigmund Freud fue el primero en establecer estas pulsiones y en hablar, por primera vez, de una sexualidad infantil, concepto que, en su momento, fue totalmente innovador y considerado un escándalo. Estas pulsiones no se pierden nunca, integrándose en la sexualidad adulta y enriqueciéndola; de manera que, debido a ello, esta no es únicamente genital.
De todo lo anterior se puede deducir que, en el humano, los asuntos relacionados con la vida están organizados, para cualquier individuo y a lo largo de todo su ciclo vital, por otras coordenadas diferentes a un programa biológico de supervivencia; de manera que, como bien se sabe, la alimentación, por ejemplo, es especialmente un asunto social y el soporte de todo un entramado de conductas, vínculos y síntomas; de manera que está perdida la relación directa de esta con la satisfacción de una necesidad para la supervivencia; hasta el punto de poder darse, como bien sabemos, casos de individuos que enferman, y hasta acaban con su vida, por negarse a ser alimentados, por comer en exceso o por ingerir, voluntariamente y a sabiendas, sustancias que le enferman.
Jacques Lacan introduce el término goce para señalar esa peculiaridad de la pulsión: que no responde a, o va más allá de, la satisfacción de una necesidad. Lo formula a partir de lo planteado por Freud en su obra “Más allá del principio del placer” en la que, partiendo de su definición de placer como un estado de distensión en el que la necesidad ha sido satisfecha, pone de relieve su descubrimiento de la “pulsión de muerte” (thanatos) en contraposición a la “pulsión de vida” (eros), a la vez que la considera inseparable de esta. Lacan, en su concepto de goce engloba ambas dos, recogiendo en él, en la misma línea de Freud, eso que en el ser humano no está regido tan solo por la conservación de la vida, ni tan siquiera por la búsqueda del placer; sino que, como en un mal espejismo, se puede revertir en lo contrario.
Lacan definió el goce como "eso que no sirve para nada”. Para nada, excepto para gozar. También dijo que “siempre se goza", porque la pulsión siempre se satisface, si no es de una manera es de otra. Puede gozarse incluso de la renuncia, como en el caso del celibato, o del rechazo al objeto de la necesidad, como en la anorexia. El goce de la pulsión, por tanto, puede ir de espaldas a la vida, porque tiene como soporte el lenguaje, que fue eso que eliminó el instinto de supervivencia, produciendo en los seres hablantes una cierta mortificación.
Pero gracias a que el lenguaje no puede decirlo todo, no puede “matar” por completo la vida, queda siempre un resto de esta que no puede ser dicho ni representado. Lacan inventó lo que él llamó el objeto a para nombrar este resto y lo definió como “objeto causa del deseo”. Este objeto procede de esa falta o "agujero" estructural que introduce el significante en el cuerpo; falta que no podrá ser nunca suturada completamente y que, por tanto, movilizará, en el mejor de los casos, al sujeto en la búsqueda de algo que siempre se le escapará de alguna forma, y que le empujará, por tanto, a seguir buscando, movido por esa sensación de que "siempre falta algo", a lo cual nombró como "falta en ser".
Lacan estableció 4 tipos de objeto a: dos provenientes de la pulsión formulada por Freud y otros dos de invención propia: oral, anal, invocante (la voz) y escópico (la mirada). A través de ellos se puede recuperar una parte de la vida que se perdió por el hecho de ser seres hablantes. Estas pulsiones parciales comandan el encuentro con el otro y con el mundo por la vía del deseo, según determinadas condiciones singulares para cada uno, en función de su propia historia y subjetividad; quiere decir que cada cual se sentirá atraído por determinado tipo personas y no por otros, o por una persona en especial en función de determinadas razones, que en su mayor medida serán inconscientes. También condicionarán la manera de vincularse cada uno con lo que le despierta interés, motivación o satisfacción; marcando, por tanto, las peculiaridades de su deseo como motor de vida, a falta de un programa natural que garantice su supervivencia.
Hay que añadir, a todo ello, el papel fundamental que el amor desempeña en este recorrido, como último eslabón-nudo, que puede hacer de esta argamasa de piezas disgregadas, un artificio útil para la vida humana. Jacques Lacan dice que “solo el amor permite al goce condescender al deseo”. Es decir, que el amor sería eso que puede hacer que el goce, que siempre tiende a satisfacerse bastándose a sí mismo, tolere algo del orden de la falta, de lo que puede quedar insatisfecho o incompleto y, por tanto, deseante y abierto a la búsqueda; de manera que el amor está del lado del deseo, de la falta en ser (por eso se dirige siempre a otros), pero sin renunciar del todo al goce de lo pulsional, de manera que se verá atravesado por ese resto pulsional de vida representado por el objeto a, esa parcela de goce, singular en cada uno, que comandará las elecciones y los encuentros amorosos.
Podemos decir entonces que, si el lenguaje es el eslabón perdido que define la esencia de lo que nos constituye como seres humanos, el amor es el eslabón encontrado que fundamenta lo mejor que podemos llegar a ser. Aunque, eso sí, con la libertad que requiere no contar con un programa instintivo que determine nuestros designios.