Será necesario que focalicemos nuestra
atención ahora sobre el individuo humano que acaba de llegar al mundo, pero en el plano ontogenético, o sea sobre el neonato. Pensemos en qué condiciones
llega. ¿En qué condiciones llagamos al mundo? De total desvalimiento,
podíamos decir. Ningún otro ser vivo necesita tanta ayuda de sus semejantes para
sobrevivir cuando nace. Llega sin el instinto que guía a otros mamíferos a
buscar el alimento, sin la capacidad de movimiento o de orientación mínima para
poderlo hacer.
Se habla, en este sentido, de la "prematuración humana”,
aludiendo a que el ser humano nace siempre prematuro y, por tanto, inmaduro, en
comparación con los individuos del resto de las especies. Esta condición, que
lleva consigo la carencia del instinto, de la que también está afectada la
madre y el resto de sus semejantes, hace necesaria otra vía alternativa que
posibilite la supervivencia, a través de la cual la satisfacción de las
necesidades debe ser demandada a un otro que deberá responder a ellas. Pero, ¿de
qué manera? interpretando esa demanda, ya que, por todo código para comunicar, el nonato tiene el llanto: Llanto para pedir comida, para pedir abrigo, para
expresar dolor...Y más adelante, otro tipo de expresiones, de gestos, de sonidos,
a los que el otro siempre responderá en función de su propia “lectura”, cosa
que no cambiará cuando lo que emita sean palabras. Esta es la esencia del lenguaje,
de ahí sus equívocos y malentendidos; base, por ello, del malestar y del
sufrimiento psíquico, que, debido a esto, nunca es sin los otros.